Historia de los Juegos Olímpicos
Los Juegos Olímpicos han sido desde la antigüedad el acontecimiento más importante en el mundo. Emerger publica la historia completa de los deportes acuáticos en cada evento.
Con todas las fotos, con héroes y villanos con las luces y las sombras de cada Juego pero por sobretodo acompañando y apoyando el verdadero espíritu olímpico que hace que este acontecimiento se convierta por encima de todo en el más grande y único de la historia del deporte.
Su inicio: Los Juegos Helénicos
Los Juegos Olímpicos fueron una de las expresiones más características de los sistemas educativos de la Antigua Grecia. La educación, en efecto, es el principio mediante el cual toda comunidad humana conserva y transmite su peculiaridad física y espiritual. Pero la naturaleza corporal del ser y sus cualidades intelectuales, siempre perfectibles, pueden cambiar por efecto de un cultivo consciente y constante, elevando esas capacidades a un rango superior. En la medida que consigue progresivamente el descubrimiento de si mismo, el hombre crea, según su mayor conocimiento del mundo exterior e interior, formas mejores de la existencia. El pueblo griego no llegó al descubrimiento del yo subjetivo, sino al de las leyes generales que determinan la esencia humana. Su principio espiritual no fue el individualismo, sino el humanismo, de tal suerte que las finalidades de la educación no estaban referidas al individuo como yo autónomo, sino al hombre como idea. El ser, considerado en su generalidad más alta, constituye la imagen del hombre genérico en su validez universal y normativa. Así, los objetivos últimos de la educación en la Antigua Grecia consistían en formar a los individuos de acuerdo con esa idea, o tipo ideal de hombre. A ello aspiraron los educadores, los poetas, los artistas y los filósofos.
No es posible comprender el ideal griego del hombre sin tener presente las estatuas de los vencedores olímpicos. Estas obras representan la encarnación corporal de la dignidad y la nobleza del alma y el cuerpo humanos. Valiéndose sobre todo de la escultura y la poesía lírica se presentaba al pueblo un tipo ideal, íntimamente coherente y claramente determinado, pues la educación no es posible sin que se ofrezca al espíritu una imagen del hombre tal como debe ser. Una imagen bella, normativa de las cualidades de orden superior; con el atributo de nobleza, que vale por señorío y distinción siempre asociado a la fuerza y a la destreza; y penetrada del sentimiento del deber frente al ideal y del concepto de la lucha y la victoria como prueba de la virtud; esto es, de grandeza en la concepción y en el comportamiento total de la vida.
El humanismo de los griegos (el ser del hombre), al igual que la educación en la que se expresaba, se concebía profundamente vinculado a su naturaleza de ser político, a su inscripción dentro de la vida de la comunidad, a cuyo beneficio destinaba sus mayores empeños. Por muy personal que la obra de cada quien pudiera considerarse, siempre se la entendía como una función social. En esta atmósfera de íntima libertad, que se sentía referida, por conocimiento y convicción esenciales, al servicio de la totalidad, el genio de los griegos consiguió llegar a la plenitud educativa, una de cuyas más altas manifestaciones fueron los Juegos Olímpicos. Por ello en los Himnos Triunfales de Píndaro se exalta, tanto o más que al vencedor, a la ciudad de donde procedía.
Los festivales de la Antigua Grecia (atléticos, musicales, dramáticos) eran organizados por ciudades aisladas, como Atenas, en cuyo caso se llamaban las Grandes Panateneas; por grupos de ciudades que reconocían un origen común (Anfictionías); o por la totalidad de los griegos, que así afirmaban su conciencia nacional. Eran estas últimas las Olímpicas, Las Píticas, las Nemeas y las Istmicas, de las cuales las dos primeras ocurrían cada cuatro años y cada dos las segundas. Las más antiguas fueron las Olímpicas, cuya referencia histórica remota data de 776 años antes de Cristo, año en que se inicia, con este motivo, la Era Griega.
Los Juegos Olímpicos (nacionales y atléticos) eran organizados por la ciudad de Elis, cuyo privilegio alguna vez le fue disputado por Pisa; y su escenario, el recinto sagrado de Zeus, llamado Altis, en el valle de Olimpia, al suroeste de la península, en la confluencia de los ríos Cladeo y Alfeo, el sitio más encantador de la Hélade dominado por el Monte Kronius. Más tarde de Altis estuvo rodeado por una muralla en cuyo recinto estaban el templo mayor de Zeus y la estatua sedente del dios, labrada en oro por Fidias.
Durante el mes de las fiestas se proclamaba una tregua en toda Grecia para permitir a los competidores y peregrinos hacer el viaje de ida y vuelta con seguridad plena. Aparte del interés atlético, el festival tenía el aspecto de una feria que permitía a un autor leer en público sus obras, como a Herodoto, o disertar ante grandes auditorios sobre temas de interés general, como en el caso de los panegiristas Lysias e Isócrates..
El programa de los Juegos propiamente dichos, que en un principio se limitaba a un día, se extendió después a cinco en 468 a. de C. El acto inicial era el "stadion", o carrera corta de 192.27 mts. Seguían el "diaulos" o "diáulica", que equivalía a 384.54 mts; y el "dólichos" o "dólica", carrera larga de 4.614,48 mts. El "pentathón" comprendía el salto, el lanzamiento de la jabalina y el disco, la carrera y la lucha. En el boxeo, o "pugmeé", los guantes no eran sino tiras de cuero y el combate se prolongaba hasta que uno de los contendientes admitía su derrota. Lo mismo ocurría en el "pancratium", especie de lucha libre muy ruda. Rasgo muy importante de los Juegos eran las carreras de caballos y carros de varias clases tirados por aquellos.
Al final de la disputa, el nombre de cada vencedor y el de su ciudad natal eran proclamados por un heraldo. El triunfador era coronado con una guirnalda de olivo silvestre, laurel o pino; pero cuando volvía a su tierra se le recibía con un himno triunfal interpretado con declamaciones, cantos corales y baile, expresamente compuesto para la ocasión. Las más famosas odas victoriales fueron obra de Píndaro. Así, los Juegos Olímpicos constituían una de las expresiones más depuradas y espectaculares de la educación griega, en la medida que eran una referencia al ideal humano de perfección, y una ocasión para exaltar las virtudes sociales.
El restablecimiento de los Juegos y Pierre de Fredi, Barón de Coubertín
El olimpismo es una doctrina que concibe el deporte tanto como un medio de superación educativa cuanto como un estímulo a los ideales universales de fraternidad y paz. Este movimiento se propone, en el orden didáctico, formar el carácter de los jóvenes mediante la practica del deporte, suscitando en ellos el sentido de la disciplina, el dominio de sí mismo, el espíritu de equipo y la disposición a competir; y, en el campo de la convivencia, o en el de la relación con los demás, reunir a las juventudes de todo el mundo en un gran festival que ayude a crear, por encima de las fronteras, vínculos de confianza y amistad entre todos los pueblos.
El olimpismo fue concebido por Pierre de Fredi, Barón de Coubertin. Nacido en París, en 1863, estudió originalmente la carrera de las armas, pero muy joven renunció a ella cuando tuvo conciencia de los estragos que había causado la guerra franco-prusiana. A partir de 1887, después de un largo período de viajes, observaciones y gran agitación intelectual, provocada por sus reflexiones sobre la situación y las inquietudes de la juventud, decidió dedicar su mayor actividad a conseguir dos nobles objetivos: la reforma de la pedagogía, pues sin ella ninguna transformación política, económica o social sería fecunda, y el restablecimiento de los Juegos Olímpicos bajo el signo del helenismo.
De hecho, ambos propósitos expresaban el mismo ideal: formar hombres completos, en quienes la fuerza y la agilidad de los músculos sirviese de apoyo a la nobleza del espíritu. Coubertín pensaba (y en ello radicaba su condición de excepcional visionario) que el culto al esfuerzo, el desperdicio al peligro, el amor a la patria, la generosidad caballeresca y el ejercicio constante de las artes y las letras pueden conducir, como en la Antigua Grecia, a la glorificación de una juventud valerosa. Tales son las bases del olimpismo, que aspira a un ideal de vida superior y que se funda en una permanente actitud de perfeccionamiento.
Hacia 1890 era una creencia generalizada en Europa que "la degeneración física es un resultado inevitable del estudio", según frase de Spencer, de donde el indolente romanticismo de la época concluyó fácilmente en la absoluta inutilidad del esfuerzo físico. Coubertín se pronunció contra esa tesis y postuló, en cambio, como fórmula para descansar y avivar el espíritu, la práctica del deporte, que forma el cuerpo y forja la voluntad. De ahí siguió la proposición, hecha por él con gran vehemencia, de introducir la gimnasia en los programas educativos, crear campos de juegos en las escuelas y en las ciudades, construir sociedades deportivas y extender la educación física, ya establecida en algunos colegios de Inglaterra, a los demás países del mundo.
Las ideas de Coubertín despertaron agrias polémicas. Algunos las calificaron de vulgares o de extremistas, porque a ellas iba asociada la instrucción popular, muy especialmente la dedicada a los obreros; pero otros hicieron suyo el mensaje renovador, sobre todo el padre Didón, gracias a cuyo esfuerzo se instituyó entonces el deporte en los colegios católicos de Francia. Este sabio educador definió la filosofía deportiva en las tres palabras que hizo grabar en la bandera del club escolar de Arcueil: citius, altius, fortius (más ligero, más alto, más fuerte) y que algunos años después el propio Coubertín convertiría en el lema de los Juegos Olímpicos.
Antes de celebrarse, en 1891, la asamblea general de la Unión Deportiva Francesa, que Pierre de Coubertín presidía, el Ministro de Instrucción Pública envió a circular a todos los Liceos y colegios señalando la obligación de atender la educación física en la misma forma que la educación moral e intelectual. Parecía que la opinión pública y gubernamental estarían ya dispuestas a recibir con interés y entusiasmo la proposición de restablecer los Juegos Olímpicos. En noviembre de 1892, Coubertín presentó el proyecto en una sesión solemne en la Sorbona. Dijo entonces, después de hablar del carácter indispensablemente democrático e internacional del deporte:
"Hay personas que califican de utopistas, o acusan de irrazonables, a los que hablan de la desaparición de la guerra; sin embargo, hay quienes creen en la disminución progresiva de las posibilidades de guerra, en lo cual yo no veo utopía alguna. Es evidente que el telégrafo, los ferrocarriles, el teléfono, la apasionada investigación científica, los congresos y las exposiciones hacen más por la paz que todos los tratados diplomáticos. Yo espero que el deporte hará aún m s… La exportación de remeros, corredores, esgrimistas: he ahí el libre intercambio del futuro. El día en que este intercambio se produzca en las costumbres de la vieja Europa, la causa de la paz habrá recibido un nuevo y poderoso apoyo."
A pesar de que el restablecimiento de los Juegos Olímpicos significaba un benéfico empeño, que consagraba ideales pedagógicos y pacifistas de tanta trascendencia, la proposición de Coubertín no fue comprendida en el primer momento. Fue hasta 1894, durante el Congreso Universitario y Deportivo convocado por él y reunido en la Sorbona del 16 al 24 de junio, cuando 79 delegados de catorce países acordaron por unanimidad crear el Comité Olímpico Internacional y restablecer los Juegos, conservando su espíritu antiguo, aunque adaptándolos a la vida moderna. Se convino celebrar los primeros Juegos en Atenas en 1896. El 6 de abril de ese año las 50.000 personas que asistieron a la inauguración de los Juegos de la I Olimpiada oyeron decir a Pierre de Coubertín: "El propósito de los Juegos no es romper marcas, sino dar a la juventud del mundo una oportunidad para reunirse y conocerse."
El Barón de Coubertín, Pierre de Fredi, murió a los 74 años, el 2 de setiembre de 1937, meses después de celebrarse la XI Olimpiada en Berlín.
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